jueves, 21 de junio de 2018

Casa

Recuerdo cuando era pequeña y jugaba al pilla pilla o al escondite, aquellos juegos de antes en los que los niños nos sollabamos las rodillas y las palmas de las manos si pisábamos mal y aterrizamos de boca en el suelo ¿os acordáis? Yo aún tengo cicatrices que me lo recuerdan. Recuerdo la emoción de encontrar un escondite idóneo y echar sin contemplaciones al que venía detrás a esconderse en el mismo sitio, o si era suficientemente grande, esconderse los dos y reírse muy bajito tapándonos con las dos manos la boca para que nadie nos descubriera, recuerdo la adrenalina por mis venas cuando nos pillaban y teníamos que salir a toda pastilla para salvarnos en aquella pared desconchada a la llamábamos “casa”. Casa, la llamábamos así porque una vez allí estábamos a salvo, éramos intocables y por mucho que nos hubieran descubierto en nuestro maravilloso escondite, nos libramos de la penitencia de ser el siguiente en pagar.
Nunca me había planteado el significado que lleva implícito esa forma tan aceptada por los niños de denominar ese espacio donde dejabas de ser perseguido y alcanzabas la inmunidad. Para nosotros era natural, qué mejor manera que llamarlo “casa” si para los afortunados como yo, era el sitio más seguro del mundo, nuestro hogar era un refugio, una tabla de salvación. Casa era el sitio al que ibas corriendo a por una tirita si te sollabas las rodillas o por el bocata de nocilla cuando apretaba el hambre a media tarde.
Hoy no puedo evitar pensar en todos los niños que no son tan afortunados como lo fuimos nosotros, y que si se pusieran a jugar al escondite no entenderían por qué a ese trozo de pared algunos le llamamos casa. Puede que para ellos casa no sea más que un sinónimo de infierno, de destrucción, violencia y pobreza. De sufrimiento y no de salvación. Pienso en esos niños y esas personas, y no siento pena, siento rabia y tristeza. Por los que sí que siento pena, lastima y asco, es por todas las que sí que saben lo que significa “casa” y no quieren compartir ese pedacito de pared con ellos.
Por todas esas personas que no saben ni nunca van a saber que el juego es más divertido cuando compartes tu escondite. Hoy podemos ser casa, y me dan igual las ideas políticas, las cuestiones económicas y las razones sin sentido, hay que tener el corazón muy negro para pensar que es una desgracia brindarle un poco de esperanza a personas que lo han perdido casi todo.


Etruska18