lunes, 13 de agosto de 2012

Blanca nieves y los siete pecados capitales.




-Pero... prométeme algo.
-Lo que quieras.
-Cuando me veas, no te asustes ¿vale?
-Sólo si eres igual de guapa que en la foto.
Y la verdad es que asustado no estaba, estaba con un flan de Royal, que temblaba por todos lados, hasta las pestañas me temblaban, y hacía frío sí, pero coño tampoco tanto. "¿Y si se me asusta ella, qué pasa?" Pues nada tío, que tampoco sería la primera. Sí, pero es que esta me gusta de verdad, que por gustarme me gusta hasta su nombre, y hasta cuando me cierra la ventana y me deja con la palabra en la boca para no seguir discutiendo conmigo y...
"Hola soy yo, Blanca - dos besos - conozco una cafetería de por aquí cerca... uff que frío ¿no?"- El nombre le hacía justicia, porque más blanca no se podía ser, incluso en una ciudad como esa, era tan blanca que a su lado la caspa de mi abrigo parecía azúcar moreno, y sus labios eran así, como del color que tienen las ciruelas maduras, vamos que no podía evitar imaginar como la parte que más quiero de mí desaparecía en ese color. Sus manos... sus manos me parecieron las manos más hermosas que había visto, así, como de tocar el piano, y tampoco pude evitar imaginarlas tocando "do re mi fa sol ¡ohh!" sobre mi cuerpo. Y la peca que tenía dibujada en su rostro, la misma que cuando reía se escondía en el pliegue de las arrugas de la felicidad, que me daban ganas de borrarla a besos. Por no hablar de sus ojos, que ojos más tristes y apagados no había visto en mi vida, y pensé que sería la hostia despertarse cada mañana y ver esas dos luces de barco en cada uno de sus mares.Y en la cabeza tenía como cuatro primaveras juntas, con todas sus florecillas en ese pañuelo de nailon. Lo del pelo creo que no lo llevaba muy bien. Resultó ser más guapa que en la foto. Aunque en la foto tuviera una melena de color miel, y los siete pecados capitales grabados en la mirada. Al ritmo de conversaciones, con la radio de fondo y tres o cuatro cafés nos cerraron en local, y el frío nos persiguió de nuevo por las calles desiertas hasta parar en el portal de su casa.
 -Mira que eres tonto, que no robarme un beso...
-¿Eso quieres?
-Sí, pero aquí al filito de los labios, que más arriba me duele.
Y después del beso en el filo de sus labios, le planté otro más abajo, en el hoyito de su barbilla, y luego otro, en la curva de su oreja, y un poco más abajo otro, donde sólo le quedaba un pecho, y subimos a su casa y seguí bajando hasta donde Blanca dejaba de ser blanca y el monte de Venus se convertía en río.

Etruska


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