martes, 21 de enero de 2014

Lo comprendo y deseo continuar.


El año ha dado sus últimos respiros entre copas llenas de uvas peladas y sin pepitas. Se ha escurrido como la arena entre los dedos, y a ratos lo he empujado para que fuera una despedida rápida, como las que se hacen por teléfono, por washapp o sms, decoradas con algún emoticono cursi para que parezcan más dulces y sentidas. Pero al final dulces o rápidas, quien está detrás del auricular o la pantalla se va y deja tanto y se lleva algo, y tú te quedas...
A mí me ha dejado algunas lecciones aprendidas. Ahora sé que avanzar con mucho impulso sólo se puede para dar el primer paso, que luego de la primera tienes que poner segunda, tercera y cuarta porque sino te ahogas, y que lo más cómodo y aconsejable es poner quinta cuando las prisas no te dejan disfrutar del paisaje. Pero la quinta me da y me quita, me quita permanencia y estabilidad. Por eso hay veces que paro para quedarme en punto muerto. Ha pasado el año y sigo sin ser lineal y organizada, en algunas horas estoy dispersa, sin estar, y en otras no estoy directamente y me doy cuenta de que cuando me he ido echo de menos lo que ya no tengo a mi alcance.
Y he aprendido que la única realidad es que estamos muy cerca de ser ignorantes crónicos, que no somos más que nuestro propio reflejo. Las letras que escribimos o la manera de abrazar la vida, que somos unos que no son otros, y que por eso no somos mejor que nadie.

Etruska.